Javier Villena Carrillo

Javier Villena

Muy personal

Incomoda preguntarse uno mismo cuestiones profundas. Al menos a mí me ocurre. Mi intención en esta página es afrontar esas reflexiones; conversar con vosotros; cultivar esa relación misteriosa que nace entre el escritor y el lector, y que comienza en la primera página de un libro.
Reconozco que me siento inseguro. Al hablar de mí mismo, me convierto en personaje de mis novelas, pero al mismo tiempo, sigo siendo el escritor pensativo que lucha por superar el síndrome de la página en blanco.
Muy joven descubrí que detrás de las palabras se hallaba un universo infinito y sin limitaciones. En él cabían todos los trazos y colores. Más de los que hubiese podido imaginar. Se me eriza la piel al hablaros de este lugar que nace de mi interior y que impregna, como el manto de una galaxia, cada frase que escapa de allí. Lo comparo con un cuadro abstracto, en el que las letras cobran vida y conforman imágenes. Penden de unos hilos invisibles y desfilan a mi alrededor, como si fuese una bandada de pájaros.

Crecí entre ambos mundos. Desde este lado, era un estudiante prudente, responsable, feliz, a veces inseguro, inquieto, que empezaba a cuestionarse preguntas incómodas sobre uno mismo, y que serían clave en el desarrollo de mi futuro. Desde el otro, me sentía tranquilo, en paz, solitario… Pasaba horas y horas jugando a ser el pintor de mis propias palabras.
Me costó decidir universidad. Tenía muy claras mis preferencias, pero no sabía responder esa pregunta típica, en apariencia sencilla, que se le hace a un niño pequeño. No.., no sabía qué quería ser de mayor. A día de hoy sigo sin tener una sola respuesta. Quizá hubiese elegido otros estudios en lugar de Ciencias Ambientales. Me gustaba la filosofía, el periodismo, la investigación, la ciencia, la literatura, los animales, la naturaleza…, y fue difícil escoger.

En la actualidad, sigo con ese mismo batiburrillo. Trabajo en una sucursal bancaria, lo cual no tiene ninguna relación, a priori, con ese otro universo más creativo que os confesaba al principio. Sigo escribiendo por disfrute, como hacía de pequeño, pero sin que se convierta en una obligación. Lo hago por ilusión, por placer, porque me hace feliz y libera mi mente; mi espíritu. Reconozco que a veces me falta constancia y no consigo aislarme lo que debiera, porque también me encanta vivir: amanecer un sábado en mi pequeño balcón; sentir como el sol recorre mis dedos mientras sostengo una taza de café; conversar con los amigos en la terraza de un bar; amar a esa persona que elegí hace años; y sobre todo viajar.

«¡Quién pudiera soltar amarras y navegar!» Pienso en ello cada día y, al hacerlo, vuelvo a visualizarme de mayor: descalzo, en una orilla, respirando ese olor inconfundible que tiene el mar, en un lugar en el que coexistan mis dos universos y en el que ninguno de ellos encuentre límites.